Artículo original de Jean François Gossiaux extraído de la siguiente
dirección:
el cual cito en su totalidad por su gran relevancia y
brillantez analítica. Aunque en algunos pasajes se evidencie el momento en
el cual fue escrito, es más que interesante.
Los acontecimientos de Yugoslavia han dado
lugar en Francia, -y supongo que asimismo en España, Italia, etc.,- a una
verdadera explosión de lo que se podría llamar una «etnología espontánea», p9r
analogía con la sociología espontánea, aquella que oímos desarrollar en la
calle, en el bar, en los medios de comunicación. Sencillamente, aún cuando esa
sociología se enuncia en principio con certeza, -se sabe de qué se habla, ya
que se habla de uno mismo-, la etnología espontánea se presenta tras una
cortina de modestia, siempre precedida de expresiones como: «Todo eso es muy
complicado, no se entiende nada, no se puede entender nada». No obstante, cada
uno expone su comentario. La primera familia de explicaciones responde a un
tipo de etnología extrema, o si se prefiere, de una clase de etnología
primitiva. Se sitúa dentro de la categoría de la alteridad absoluta, de la
barbarie --en sentido propio-, del salvajismo. Habría una brutalidad en los
Balcanes, incluso hasta una crueldad inherente a la región. Véase como prueba
las matanzas en serie de la última guerra mundial, y el número, extraordinariamente
elevado, de víctimas para un territorio de esa dimensión. Ocasionalmente, se
cita la anécdota de la cesta de ojos de Ante Pavelic. Aunque, siendo lo más
frecuente en el momento actual el insistir sobre la barbarie serbia, este tipo
de recuerdo de los crímenes «ustachas» no está de moda. Las atrocidades de los
años cuarenta se ponen en relación con aquellas de principios de siglo, de las
guerras balcánicas y de las rebeliones anti-otomanas que las precedieron, con
las correrías de las bandas armadas y la ferocidad de las represiones turcas.
La explicación «teórica», que constituye también la contrapartida positiva de
esta reputación sanguinaria, se encuentra en la imagen de una sociedad, o
sociedades, gobernada por los valores de (1) Traducción del original francés
de: Josette González. 35 honor y accesoriamente por el principio de «vendetta»;
así pues, una sociedad armada y violenta, lejos de nuestra civilización pero
coherente con esa misma violencia. Un segundo tipo de interpretación une a la
lejanía exótica la profundidad de la historia. Digamos que es de orden
etno-histórico. Es el tema más amplio y doctamente desarrollado en los medios
de comunicación y, más aún, el esquema que constituye casi el objeto de un
consenso general: el de la «glaciación comunista». El totalitarismo comunista,
aprisionando los pueblos, les habría impedido expresar sus antagonismos
seculares, y la debacle del comunismo habría liberado todos esos odios
ancestrales; la historia --que no es sino, en esencia, la de las confrontaciones
entre los pueblos recupera su curso desgraciadamente interrumpido. Este
esquema, por otra parte, se aplica también allende Yugoslavia. Ha resurgido
cada vez que un conflicto estalla en el ex-bloque comunista, en Europa, en el
Cáucaso, en Asia central... Pero en el caso yugoslavo, lo específico del
régimen «titoista» añade color al cuadro. Queda por explicar porque, en cuanto
que son libres, esos pueblos se arrojan unos contra otros. Se vuelve a caer,
pues, en el estereotipo precedente, el de la violencia intrínseca, exótica.
Algunos, no obstante, van más al fondo de las cosas, más al fondo de la
historia, y dentro de la más amplia perspectiva geopolítica, conectan los
conflictos actuales con el gran cisma de Oriente, incluso hasta con la pugna
entre Roma y Bizancio. Resaltan en efecto, que el frente actual, al menos el
del conflicto inicial, es decir, el de la guerra serbo-croata, coincide con una
línea de ruptura que se encuentra de manera constante desde esa época lejana,
la línea de ruptura entre Occidente y Oriente. Lo que complica todo,
evidentemente, es que no existe uno, sino dos Orientes, o dos versiones de
Oriente, la ortodoxa y la musulmana. Pero, de todas las maneras, los grandes
conceptos históricos se citan fácilmente, al lado de intuiciones etnológicas,
para dar cuenta de la actualidad. Un tercer esquema, en fin se sitúa dentro de
una perspectiva inversa, analizando la situación actual no como la
manifestación de una permanencia histórica, sino como el producto de una
configuración inédita. (Es, principalmente, el análisis de Edgar Morin). El
postulado de partida es el siguiente: Al morir, el comunismo ha engendrado una
entidad ideológica nueva, un tipo de transformación monstruosa que proviene de
su cruce con el resurgido nacionalismo: el nacional-comunismo. En Yugoslavia,
esta ideología es sostenida por una de las partes en conflicto, el poder
serbio, encarnado por Slobodan Milosevic. La guerra no es más que el medio para
un fin, la «purificación étnica», aquella, no es sino la aplicación de esa
ideología. Una lectura semejante de los acontecimientos, que se basa en un
análisis distanciado y altamente teórico (o que se quiere como tal), ha conducido
paradójicamente (paradójica, pero naturalmente) a apreciaciones maniqueas y
radicalmente reductoras. Un partido ha sido tachado de diabólico, según el
procedimiento puesto en práctica unos años antes en la guerra del Golfo. Quien
dice «diabolización» dice personificación, vocalización en una figura
repulsiva, en esta ocasión la de Milosevic, e identificación de esa figura con
una gran figura diabólica de la historia --evidentemente Hitler-. Los horrores
de la guerra, los crímenes de guerra aparecen como la ejecución metódica de 36
un plan elaborado por una organización centralizada --el «aparato militar
serbio»- . Nos deslizamos, así, uniendo un etnónimo a la barbarie instituida,
hacia aquellas explicaciones del primer tipo que cité anteriormente, esas
explicaciones de una alteridad fundamental, el salvajismo de los demás.
Simplemente, aquí, todos aquellos que se baten no están reflejados en esa
alteridad, sino solamente algunos de ellos aquellos que no son de Europa. Todas
esas producciones de lo que he llamado una «etnología espontánea», más o menos
entremezclada con filosofía política, con historia geopolítica, etc., no son
del todo diferentes de la realidad. Pero existen suficientes ejemplos
contrarios para invalidar cada una de ellas en su pretensión de expresar una
verdad total. Tomemos por ejemplo esa idea de una violencia específica de los Balcanes.
Efectivamente, allí los conflictos armados se han desarrollado de un modo
exacerbado. Pero ¿no es en verdad lo propio de todas las guerras? Piénsese en
las matanzas del Palatinado, durante la gran época de la «guerra de encajes».
La segunda guerra mundial ha sido particularmente mortífera en Yugoslavia. Pero
son numerosos los lugares donde una u otra de las guerras mundiales han sido
especialmente mortíferas. La represión de los movimientos de liberación
nacional por los Turcos ha sido extremadamente dura. Las diversas represiones
en las que se han sumido las potencias coloniales, medio siglo después, ¿han
sido verdaderamente más clementes? Lo que, en cambio, puede parecer
verdaderamente específico, hasta el punto de dar la imagen de una extraña crueldad,
son las formas de esa violencia, o más exactamente su puesta en escena. El
ejemplo más sorprendente es la famosa «torre de los cráneos» de Nic. Este tipo
de espectáculo macabro estaba destinado a impresionar la imaginación de las
poblaciones, a aterrorizarlas, en un período de rebelión crónica. La técnica es
ciertamente particular, pero no así el método. Si por lo tanto la violencia
guerrera de los Balcanes no me parece, hablando con propiedad, extra-ordinaria,
¿qué realidad hay detrás de la imagen de una sociedad tradicional balcánica
basada en el honor de la sangre, detrás de la imagen de una sociedad armada y
entregada a la «vendetta» (representación e imagen que alimentan esa percepción
deformada de los conflictos en la Península Balcánica)? Ciertas regiones,
efectivamente, (en Albania, en Montenegro...) han cultivado un determinado
modelo, que coincide con estructuras de linaje fuertes y una estricta«
«patrilinealidad». Pero ya no existe desde hace mucho tiempo. Sí ha existido
alguna vez, en la mayor parte de las regiones de Serbia, por ejemplo, donde el
principio «vertical», diacrónico, del bratsvo (el clan) desaparece tras el
principio «horizontal» de la zadruga (la comunidad familiar, la comunidad de
los hermanos). El campesino serbio, como el campesino croata, no están armados.
O, más bien, la sociedad «tradicional» serbia no es una sociedad armada (lo
mismo que la sociedad tradicional croata). En cambio, existen regiones donde
los campesinos serbios estuvieron institucionalmente armados (institucionalmente,
es decir, por el Estado, o a instigación del Estado). Se trata de «confines
militares» situados, como su nombre indica, en la frontera entre los dos
imperios, y donde Viena había instalado, como defensa contra los Turcos, una
población serbia de campesinos-soldados, puestos a vivir en zadruga y
movilizables permanentemente. Son sus descendientes quienes constituyen lo
esencial de la «minoría serbia de Croacia» (pongo las comillas en la medida que
los interesados, evidentemente, recusan esa apelación) concentrada en la famosa
Krajina. Otra forma, más contemporánea, de dotación institucional de armamento
de la sociedad -y en esta ocasión de toda la sociedad yugoslava- ha sido, en la
Yugoslavia socialista, lo que se ha llamado el sistema de defensa popular
generalizada, basado en una concepción de la defensa mediante la guerrilla. No
es necesario ser experto en cuestiones militares para relacionar este sistema y
las formas empleadas en la guerra civil actual. Pero que, repito, si existe una
cierta tradición -sería mejor decir: una cierta costumbre de sociedad armada en
el territorio yugoslavo, ello se debe a la voluntad del Estado. o de los
diferentes Estados, dentro de circunstancias históricas determinadas y en
función de consideraciones precisas de política internacional. No se trata,
salvo algunos casos que son la excepción, de una tradición inscrita en
estructuras sociales, dentro de una cultura. No hay un atavismo balcánico de la
violencia. Examinemos ahora el segundo tipo de explicación «automática» de los
conflictos yugoslavos --complementario del anterior- el esquema de los
antagonismos seculares liberados por la debacle comunista. Es evidente que
todos los conflictos llamados «nacionales» o «étnicos» que se desencadenan en
diversos lugares del antiguo mundo comunista son la consecuencia inmediata de
esa debacle y del derrumbamiento de las estructuras de poder. ¿Son, por lo
tanto, la «reanudación» de confrontaciones permanentes que simplemente había
estado congeladas durante ese período -para respetar la metáfora-? Puede ser
cierto acá y acullá. En el caso preciso de Yugoslavia, hay que tener en cuenta
lo específico del régimen de Tito. La federación yugoslava no fue una prisión
de pueblos. La constitución de 1974 aplicó al extremo la lógica
descentralizadora. Se puede sostener también, al revés del esquema clásico, que
esta constitución establecida por un poder comunista, la que aprueba, si no las
crea enteramente, las separaciones entre pueblos y entre repúblicas. En
cualquier caso, esa fecha, muy anterior al «fin del comunismo». marca el
principio de un proceso de desintegración de Yugoslavia, bajo la acción de
fuerzas centrífugas cada vez menos contenidas. Por otra parte, es necesario
precisar que incluso antes de 197 4 la Yugoslavia socialista era infinitamente
más respetuosa con las identidades nacionales que el reinado que la había
precedido (véase el caso de Macedonia). La antigua Yugoslavia, la que nació
inmediatamente después de la primera guerra mundial, ¿era por su parte una «prisión
de pueblos», una creación artificial de las cancillerías europeas, una anomalía
donde las declaraciones de independencia de 1991-1992 habrían constituido una
liquidación tardía? El hecho es que después de un período en donde el
reconocimiento de los pueblos, o por lo menos algunos de entre ellos, estaba
inscrito en el nombre mismo del país (Reino de los Serbios, de los Croatas y
los Eslovenos), el reino yugoslavo de los años treinta fue un Estado unitario,
centralizado y dictatorial, por lo demás perturbado por la agitación crónica de
separatistas croatas. Pero la Yugoslavia nacida de las convulsiones de la
primera guerra mundial era el resultado de un movimiento de larga duración
sostenido tanto por Croatas como por Serbios. El yugoslavismo fue la forma que
tomó en la región el nacionalismo del siglo diecinueve. El reino serbio al
arrancar su independencia al imperio otomano sirvió de modelo y de referencia,
pero la base intelectual de la identidad sud-eslava fue elaborada en el
interior del imperio austro-húngaro, principalmente en Voivodina y en Croacia
(bajo el nombre de ilirismo ). Es necesario resaltar, por otra parte, que antes
de la segunda guerra mundial jamás ningún conflicto frontal había enfrentado
los pueblos croata y serbio, a los cuales además, ya no había pertenecido
ningún Estado desde el siglo XI y el XIV respectivamente. Los Croatas no eran
los campeones del Occidente germánico como tampoco los Serbios eran los
campeones del Oriente otomano. Al contrario, los defensores más sobresalientes
del Imperio austro-húngaro, como he dicho, eran serbios. Los militares serbios
ejercían además su talento por todos los confines de Europa. Los batallones
croatas al servicio de Luis XIV, aquellos que han legado al mundo la «corbata»,
estaban, de hecho, compuestos por Serbios. No se puede pues citar a Serbia y
Croacia en términos de enemigos hereditarios, con el mismo título, por ejemplo,
que Francia y Alemania (o Francia e Inglaterra).
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