Eduardo J.García
El pasado 24 de Abril se conmemoró el 99
aniversario del genocidio armenio. Este crimen contra la humanidad y
campaña de exterminio (eso es lo que realmente significa genocidio) de la
Turquía aún Otomana contra el pueblo armenio aniquiló más de un millón y medio
de vidas. Destrozando muchas más, ya que las víctimas totales ascienden a
tres millones de personas e imponiendo un nuevo mapa demográfico únicamente
paliado por la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial y
el nacimiento de la Unión Soviética.
Por supuesto este no es un crimen silenciado, incluso
el estado turco ha reconocido tímidamente su papel, que no su culpa. Pero si es
un holocausto arrinconado, que no interesa recordar. Unos hechos terribles de
la historia, un verdadero genocidio que va palideciendo año a año. El interés
que despierta el genocidio armenio disminuye a pasos agigantados. Sólo el
espíritu nacional armenio y su diáspora repartida por todo el mundo se ocupan
de la lucha contra el olvido, de una batalla por la memoria, que no es ni
más ni menos factible en cuanto deja de interesar a los centros de
poder. La paupérrima y pequeña Armenia de hoy, no es más que un aliado ruso y
una molestia para interesantes socios comerciales como Azerbaiyán y sus pozos
petrolíferos.
El papel de Turquía en la guerra de Siria, en la
consolidación de Kosovo como país independiente, en la multiplicación de sus
intereses económicos a modo de neocolonización en los Balcanes, utilizando el
islamismo como cemento; Su ley mordaza contra el periodismo crítico ostentando
el record de periodistas encarcelados, la prohibición finalmente revocada de
Twitter por parte de Erdogan así como la salvaje represión contra los
movimientos sociales y de oposición con más de una docena de víctimas mortales
(entre ellas un niño de 14 años). Nada de esto parece ser motivo de alarma y
mucho menos de escarnio para los amantes de la libertad que hoy braman contra
Rusia, y ayer contra Yugoslavia.
Los antiguos garantes de la Turquía Laica y pro
europea, los militares han sido descabezados y purgados. Más de sesenta altos
cargos del poderoso ejército turco están en la cárcel tras ser acusados de
terrorismo y corrupción. Sentencias que no presentan la misma rotundidad, ni
siquiera el pase a los tribunales cuando afectan a la familia Erdogan o
la de sus ministros. Los fuertes lazos atlantistas y la firme voluntad de
Estambul por acabar con el régimen de Al -Assad y su vital importancia
estratégica la mantienen a salvo de toda crítica. A pesar que sea el propio
pueblo turco el más combativo en la defensa de los derechos que el liberalismo
económico y el islamismo les va arrancando día tras día pese a la proyectada
imagen de modernidad turca.
Turquía como toda potencia, tiene uno varios talones de Aquiles.
Uno son los desafueros internos propios de su naturaleza multiétnica y de su
convulsa historia, es decir los kurdos. Los que casi siempre fueron fieles
aliados y crueles soldados del imperio Otomano, el genocidio armenio da
buena prueba de ello, pasaron a ser los mayores enemigos del nuevo estado
turco creado por Attaturk. Una figura que el revisionismo tiende a
empequeñecer subrepticiamente, así como por el contrario engrandece los días del Imperio Otomano
con fastos como el celebrado el año pasado con motivo del 560 aniversario de la Caída de
Constantinopla.
Otro punto de inflexión para el orgullo patrio turco es el genocidio armenio. A pesar de la hábil diplomacia orquestada por el islamismo "moderado" del gobierno turco que ha deparado un mínimo reconocimiento al colectivo kurdo, y de las palabras amables y la política de gestos estériles hacia Ereván, Turquía no transige con su pasado de masacrador genocida contra el pueblo armenio. Esto es algo innegociable.
Otro punto de inflexión para el orgullo patrio turco es el genocidio armenio. A pesar de la hábil diplomacia orquestada por el islamismo "moderado" del gobierno turco que ha deparado un mínimo reconocimiento al colectivo kurdo, y de las palabras amables y la política de gestos estériles hacia Ereván, Turquía no transige con su pasado de masacrador genocida contra el pueblo armenio. Esto es algo innegociable.
Una buena muestra de ello, es que dos días antes de
tan triste fecha, el Presidente del Congreso Estadounidense acudió a Turquía en
una visita "sorpresa" (a buen seguro fruto de las presiones turcas) para
templar los ánimos al afirmar que "aunque la cuestión armenia viene de vez
en cuando, no tenemos intención ninguna resolución instando al gobierno de
Ankara a reconocer el genocidio armenio. No se preocupe".
Estados Unidos agradeció la ayuda brindada por Turquía
en Afganistán, Irak y Siria a pesar del gran margen existente para mejorar la cooperación
económica.
En vísperas de la celebración del centenario del
inicio de la Primera Guerra Mundial, a cuatro días del aniversario del
Genocidio contra los hebreos, nadie ha querido insistir en recordar este genocidio que se va diluyendo con el paso del tiempo.
En Madrid, el 24 de Abril fue convocado un acto de
recuerdo y protesta ante la Embajada Turca. Acudieron un centenar de personas
de diversos colectivos, y por unos medidas de seguridad draconianas el acto fue
celebrado 150 metros más allá de su emplazamiento original. Fueron aducidas
razones de circulación y ocupación de espacio público que ni siquiera alegan las embajadas de USA e Israel cuando son rodeadas por las voces de la
crítica.
Los historiadores menos dotados y más conservadores
evitan que podamos hacernos una idea de lo que fue la Primera Guerra Mundial
insistiendo en los mismos temas de hace ochenta años reiterando las
sangrientas correrías de los irredentos nacionalistas serbios, las luchas
entre colonialistas europeos de piel blanca y ojos claros que necesitaron
la ayuda de los Estados Unidos, el derrumbamiento de los imperios europeos y
las salvajes apetencias territoriales de una Unión Soviética amputada de
territorios ancestralmente rusos.
Todo de una lectura que sigue siendo tremendamente
útil. Pero la Primera Guerra Mundial para Turquía merece un capítulo aparte. Si
bien en el Este fue una lucha por su integridad territorial, atacada ya de
buena gana desde hace años, empezando por Italia , siguiendo por las Guerras
Balcánicas, y por la mera supervivencia de sus compatriotas.
En Oriente fue otra cosa, además de la lucha contra el
imperialismo británico que disfrazó su hambre con las supuestas rebeliones
árabes, Turquía declaró una auténtica Guerra Santa contra sus vecinos y
comunidades cristianas. Armenia fue vista como la puerta de entrada, la quinta
columna de Rusia que ponía en peligro sus dominios caucásicos. Pero el odio
religioso, fue el más fuerte de todo y aunó el racial y los prejuicios
económicos y culturales hasta la exacerbación más atroz.
Las comunidades griegas, circasianas, georgianas
fueron también masacradas sin contemplaciones. Pero Armenia era diferente, sus
raíces estaban más fuertemente diseminadas y su ebullición social e intelectual
no podía ser tolerada. Y ni lo fueron, ni lo son.
Dicen que Hitler adujo a las reticencias de uno de sus fieles compañeros de filas nazis ante la idea del holocausto, que no pasaría nada, ya que nadie en los años treinta recordaba el genocidio armenio.
Dicen que Hitler adujo a las reticencias de uno de sus fieles compañeros de filas nazis ante la idea del holocausto, que no pasaría nada, ya que nadie en los años treinta recordaba el genocidio armenio.
A casi un siglo de uno de los mayores crímenes de la
humanidad, poco se puede añadir. Afortunadamente hay muchas voces más versadas,
autorizadas y sobre todo conocedoras que la mía que darán testimonio y opinión
sobre el exterminio. Lo preocupante es que deberían ser muchísimas más.
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